martes, 16 de junio de 2009

SUZANNE
1 de mayo de 2009




Escudriñando en la Red, el otro día, recibí una mala noticia. Suzanne Pleshette había muerto. En realidad murió hace ya un año y yo no me había enterado. ¿Qué quien es Suzanne Pleshette? Para un muchacho de dieciséis años a principios de los sesenta, con los Beatles aún por conocer y con las mujeres aún por descubrir, Suzanne Pleshette representó una razón para vivir, una imagen que idolatrar, un imposible por conseguir.
Tenía los ojos más grandes y hermosos que yo recuerdo, su estatura (apenas un metro sesenta) crecía bajo su cara bellísima, su pelo corto negro y su maravillosa sonrisa. Nunca llegó a ser una diva del séptimo arte aunque trabajó toda su vida en el cine y en la televisión. Pasó desapercibida para el gran público (no para los críticos y cinéfilos de bien) en su papel de Annie Haywoth, la maestra en Los Pájaros de Hitchcock, como Kitty, la viuda que conquistó a Troy Donahue en Una Trompeta Lejana de Raoul Walsh o Prudence en Mas Allá del Amor de Delmer Davis.
Si aún así no os dice nada el nombre de Suzanne Pleshette, os voy a pedir un favor: Gastar solo unos minutos de vuestro tiempo y teclear en google su nombre. Su increíble mirada y su belleza morena os alegrarán el día.
Además de estrella de la pantalla ha sido la estrella de mis sueños de juventud.
Este es mi humilde tributo. Gracias Suzanne.
LUNA

Federico Fayerman
28 de marzo de 2009


Nació una noche plena de estrellas,
Rondando el alba.
Llegó a este mundo siendo ya hermosa.
Tan blanca.
Pudo ser Luz, pero no sombra,
Pudo ser Brisa, que nunca cierzo.
Pudo ser Día.
Pudo ser canto, pudo ser son.
Pero fue Luna,
La blanca Luna,
La Luna mía.
LA ÚLTIMA VIDA


Que pena de los recuerdos de la niñez, perdidos
En la cuneta de un camino cuesta arriba.
Que pena de la inocencia extraviada, para siempre
Al fondo de una vida ya vivida
Qué pena de ese amor que no fue eterno,
De esa sonrisa que huyó una madrugada,
De ese velero que atraviesa mares blancos
Que en tus pupilas crees que son montañas.
Es el momento de subir a una atalaya,
Es el momento de mirar hacia otra orilla,
Es el momento de olvidar todo el pasado.
Es el momento de inventar tu nueva vida.
MARES BLANCOS
Federico Fayerman
Marzo 2009

Como mares blancos aparecieron ante mí,
Las montañas nevadas que tus ojos vieron sorprendidos
Te atrapaban cada vez que los mirabas y soñabas
Y al contármelo, también los hice míos.
A TITO
Federico Fayerman
17 de diciembre de 2006

Mi amigo Tito acaba de morir.
La última vez que le vi apenas se tenía en pie y su aliento podía inflamarse con una cerilla.
Tenía una Galería de Arte en la calle Dr. Castelo, y allí solíamos ir sus antiguos compañeros del colegio, a pasar un rato divertido con sus chistes y ocurrencias, aunque últimamente a Rosa, su mujer, que era quien realmente llevaba el negocio no le gustaba que fuéramos, ya que Tito aprovechaba cualquier ocasión para darse un homenaje en el bar de enfrente, pretextando acompañarnos a nosotros.
Pero no siempre fue así, yo le conocí cuando él tenía 9 años y yo 11 y hasta que abandoné el colegio fuimos inseparables, tanto en clase como en la calle.
Titi, que también le llamábamos así era menudo, rubio, con el pelo revuelto, orejas de soplillo, labios gruesos y siempre lucía un aire informal.
En las fotos del colegio siempre le colocaban en la primera fila para que no le tapáramos. Sus piernas delgadas y blancas sobresalían de los pantalones cortos que usábamos en aquel tiempo.
Era un golfillo. Frecuentaba los billares de la calle Menorca y se pasaba las horas jugando al futbolín a costa de los incautos que aceptaban jugar a pierde-paga.

Fue posiblemente uno de los pocos chicos que hizo novillos en nuestro colegio y fue capaz de escaparse de clase sin que le sorprendieran. No le gustaba estudiar y no estaba pendiente de ligar con las chicas a la salida de clase, cuando inundábamos la calle marqués de la Ensenada buscando la boca del metro o la parada del autobús. Prefería irse a los billares y hacer todo lo que no nos estaba permitido hacer a esa edad.
Le gustaba mucho jugar al futbol y en la plaza de París pasábamos el tiempo corriendo detrás de una pelota de tenis, regateando a las farolas y marcando goles en un portalón cerrado del Palacio de Justicia.
Tenía un hermano mayor y entre los dos le birlaban al padre dinero de la cartera, cuando se quedaba dormido después de comer, dinero que se convertía inmediatamente en tabaco y en comprar algún ejemplar de Paris-Hollywood, una revista erótica francesa a un hombre que vendía libros viejos y revistas en un carro de mano con doble fondo, en la calle Narváez.
En una ocasión me contó que ayudándose de esas revistas competía con su hermano para ver quien, desde la cama, boca arriba eyaculaba más alto.
Llevaba dos días sin fumar porque el médico se lo había prohibido por enésima vez y aunque él nunca le hacía caso, esta vez estaba intentándolo, sobre todo por Rosa.
Atravesando la Glorieta de la Iglesia, en Chamberí, camino de su refugio de Rascafría, su corazón se paró de golpe y a la vez también un poco el corazón de todos los que le conocíamos y le queríamos, seguramente por sus defectos, por su rebeldía, pero sobre todo por su increíble humanidad.
NUNCA TE OLVIDAREMOS, QUERIDO RON.
15 de junio de 2009

Gordi
Gordo
Gordito
Gordillo
Gordales
Gordísimo
Ron Ron
Ron
Roni
Ronete
Ronci
Roncito
Ronciponci
Gatorron
Chupabolsas
El más grande
El más guapo
El más gordo
El más bueno
El más cagueta
Buba
Nuestra vida ya no será igual sin ti, como no lo fue sin Senda.
Gracias por los quince años que nos has dedicado. Gracias por tus ronroneos de placer agradecido. Gracias por tu hijo Yoyo.
Perdónanos por los pinchazos de las vacunas y por llevarte al peluquero para quitarte los nudos que se formaban en tu largo pelo gris. Perdónanos por no estar a tu lado el día que te pusiste enfermo.
Feliz eternidad. Nos vemos en el cielo.
FANTASÍA ARÁBIGA
(Y en la tierra reinó la paz, por fin)

Federico Fayerman
Diez de mayo de 2009


Se convocó una reunión urgente en Jerusalem.
Alrededor de una enorme mesa ovalada se sentaron Mahoma, La Santísima Trinidad, Buda, Alláh, el Papa, el Demonio, Abou Jaria, Krishna, El Bab, la reina de Inglaterra, Hiutzilopochtli, los ocho inmortales chinos, Amón y Atón, Odín, Luonnotar, Zeus, Jurapari, Brahmá, Manco Cápac y una veintena de dioses menores.
Solo faltaba el innombrable, que no fue invitado.
Las ponencias duraron apenas unos minutos, pasaron a las votaciones y el veredicto fue casi unánime (el demonio se abstuvo).
Solemnemente, el secretario, Nabucodonosor II, lo leyó en alto: El pueblo judío volvería a la Diáspora y Hitler sería clonado.
EL ESCRITOR PUBLICÓ EL NO-CUENTO Y ESPERÓ

El escritor publicó el no-cuento y esperó.
Y sus personajes de tinta y papel se convirtieron en personajes de carne y hueso. Gracias a la amistad y al amor.
“Gracias por crearnos y hacernos personajes. Gracias, mil gracias por pasearnos por tu relato como Esteres de ficción, que un día se acercaron a la realidad. Gracias por echarnos de menos y sumarnos a la eterna y deliciosa aventura de escribir”.
Y sus palabras agradecidas formaron parte del relato, que para el escritor se convirtieron en el capítulo más querido de su obra.
Y entonces fue un cuento completo.


CARLOS: EL PRIMO RUSO
(Carta a dos compañeras escritoras ausentes)

Federico Fayerman
Cinco de diciembre de 2009

Queridas Esteres:
Ayer os echamos de menos.
Lo cierto es que fue un día bastante frío, quizás tanto como para pensar que las ausencias a la clase de Creación Literaria eran debidas a eso, a las pocas ganas que muchas personas tienen de salir de sus casas en esas circunstancias.
Pero no, las causas habían sido diferentes según he sabido. Desde una visita al odontólogo, hasta acompañar a una hija para verla jugar al tenis eran de por sí justificadas y justificables.
Claro que los que acudimos a clase (posiblemente porque no teníamos algo tan importante que hacer) nos encontramos con un ambiente casi tan frío como el de la calle. Solo cuatro personas frente a Juan Carlos no creaban un clima demasiado acogedor ni invitaban a prolongarlo más allá de hora y cuarto, así que, cuando acabamos de leer los relatos de la semana, decidimos bajar a la cafetería y terminar la clase en alegre charla alrededor de un velador y a la vera de las máquinas automáticas de café y de refrescos.
Y pasamos de los relatos de Paco (Para luego morirnos todos), de Manuel (varios relatos mini) o de los míos (Cara de Loro y Una mesa con Zancos, que creo conocéis.) a conversar sobre Borges y su Historia Universal de la Infamia, de Felisberto Hernández, de Bukowski y su Máquina de Follar y de Halfon y su posible visita a nuestra clase del Mira (Soñaremos con esto).
Paco estaba muy contento, como casi siempre. Como casi siempre también, pese a que le hemos corregido solo una frase de su relato, opina que éste es una puta mierda. Tratamos de convencerle de que no lo era. Estaba contento sobre todo porque ya tenía encuadernado el libro de relatos que pensaba presentar al concurso literario y ganar sesenta mil euros del ala.
Después, cuando salimos al aparcamiento, Manuel, que había leído unos micro- relatos tan buenos como acostumbra, se excusó de no poder acompañarnos a la cervetertulia de las siete. Walda también se disculpó, así que me fui con Paco a cumplir el sagrado deber del drinky.
Esta vez no estaba el camarero que nos solía atender. Le reemplazaba una camarera morenita bastante mona pero con muy mal humor. Le pedimos dos jarras de cerveza.
La minúscula tertulia se estaba convirtiendo peligrosamente, por arte de magia y de las cervezas, en un toma y daca de confesiones inconfesables cuando por la puerta del bar apareció el primo de Paco: Carlos, el ruso.
Se sentó con nosotros y pidió una jarra de la rubia bebida.
De joven, según nos contó, también era rubio, como la cerveza que estaba paladeando en esos momentos y el pelo le colgaba hasta la cintura. Pero eso debió ser hace mucho. Ahora, al contrario, lucía bastantes años y poco pelo, y su aspecto bonachón desprendía simpatía lo miraras por donde lo miraras.
Entramos en conversación y Carlos nos contó que su padre, aviador republicano en la guerra civil, había participado con un avión de caza soviético Y-15 apodado “Chato” (creo recordar que dijo este modelo) en la campaña de Rusia durante la segunda guerra mundial. Hasta dieciocho estrellas equivalentes a otras tantas victorias lucía el “chato” en su fuselaje, y más de quince medallas de honor su padre en su uniforme de gala (que lo convirtieron en héroe de la URSS) cuando fue abatido por las baterías antiaéreas alemanas y después salvado in- extremis por los campesinos de Kañebkaya, un pueblo del Kubán soviético, que lo ocultaron hasta que el pueblo fue finalmente liberado. Herido de metralla en las dos piernas, no pudo volver a volar, ya que al gangrenarse tuvieron que amputárselas. Una maravillosa fotografía sepia de la época, surgida de la cartera de Carlos mostraba a Germán Vozmediano , que así se llamaba su padre bajando del “Chato” en mil novecientos cuarenta y tres,
Años después, Carlos cambió la pasión de su padre a los aviones por la de los coches deportivos.
Entre cervezas, aceitunas negras y cariñosos “cabrones e hijotputas “de Paco, pasamos más de una hora y media de animada charla conociendo un poco la historia de los padres de Carlos en Rusia, donde nació él, conversación en la que también pude intercalar algunos hechos y situaciones de familiares míos, igualmente nacidos en aquellos parajes del Este de Europa, pero que habían tenido lugar treinta años antes a los acontecidos al padre de Carlos.
Y hasta aquí lo que pasó durante la tarde el jueves día 4, porque a las nueve casi y media el primo Carlos y yo mismo nos fuimos a casa.
Paco se quedó apurando la última cerveza y quién sabe si pidiéndole otra a la camarera morenita...
Hasta el próximo jueves. Un beso ruso.
Federico
NO ES NOLTALGIA

Federico Fayerman
Diecisiete de febrero de 2009

Las cinco de la tarde. Sentado frente al teclado de mi HP empiezo a teclear palabras que me vienen a la mente sin orden. Mi gato acaba de saltar al suelo. Siempre está durmiendo sobre el escritorio y se enfada cuando enciendo el ordenador. Primero se lamenta, me lame las manos y no me deja escribir, después se levanta, se convierte en un gato con joroba, bosteza y salta.
Las nueve y media. Vuelvo de caminar. Caminar equivale a pensar. Pensar a recordar, recordar es volver al pasado y aunque sé que no es bueno volver atrás, lo hago. No lo puedo evitar pese a que lo intento con todas mis fuerzas.
Hoy he pensado en el tiempo que pasé en el colegio. Tiempo que con la travesía de los años se tornó feliz, aunque no lo fuera tanto. Feliz sobre todo por los compañeros, que hoy, cuarenta y seis años después siguen siendo amigos y amigas inseparables. Y no uno ni dos compañeros de clase, si no todos. Más de veinticinco. Sus nombres no son necesarios pues ellos ya se saben incluidos. Los malos recuerdos de aquel tiempo se suavizan y terminan diluyéndose en mi cerebro como los años que van quedando atrás y que sé que no volverán.
Es agradable acordarme de Tito, el pequeño Titi al que le colgaban las piernas sin llegar a tocar el suelo, sentado en aquel banco mientras nos hacían la foto anual del curso, aunque por desgracia ya no esté físicamente con nosotros.
De Paco o de Rafa y los partidos de chapas. Las tardes en los futbolines o jugando en el Retiro. De aquel jueves a las cuatro viendo una doble sesión en un cine del barrio con Fernando. De los primeros cigarrillos y los apuros por hacer desaparecer su olor. De las pipas de calabaza, los polos de hielo y las chuletas en las compositions. Es divertido recordar como éramos hace cuarenta y seis años aunque nos empeñemos en revivir las anécdotas cada uno de distinta manera. Es burlesco intentar reconocernos en los rostros de las viejas fotografías de entonces.
En realidad, aunque pueda parecerlo, como digo en el título no es nostalgia lo que siento ahora, porque no deseo estar otra vez allí. No deseo volver a los años del colegio y empezar de nuevo. Seguramente mi vida sería totalmente diferente a la que ha sido y yo no quiero que lo sea. Los aciertos y los errores cometidos se compensan aunque en lo esencial ganan las decisiones atinadas.
Estas reflexiones, para mí se convierten en un relato corto de un momento de mi vida. Quiero rendir un pequeño homenaje a la amistad que ha perdurado a través de tantos años. Desde la carrera por el túnel gritando a los partidos de frontón en el Club Santiago o de futbol con Lape en el patio del colegio, pasando por el compañerismo en clase, los brazos por encima del hombro del amigo a la salida y las confidencias, hasta Greta o Marimén, las primeras chicas del liceo que me gustaron con catorce años. Y los primeros viajes solos en el Metro. Todo ello conforma mi cuento con un elenco de personajes entrañables, curiosamente todos personajes principales, de ese lejano e importantísimo capítulo de la novela de mi vida.
Las doce y media de la noche. Mi gato vuelve a saltar encima del escritorio y reclama mis caricias.
(Para todos y cada uno de mis compañeros del liceo)