martes, 28 de diciembre de 2010


EL CABALLO QUE RÍE (Greguerías)
F.J.Fayerman
Diecinueve de diciembre de 2010
- Es realmente difícil montar al caballo que ríe. No aguanta la risa cuando lo espolean.

- Cuando Tomás el gordo monta al caballo que ríe, todos los demás cuadrúpedos ríen para sus adentros.

- El caballo que ríe es para sus congéneres, el que mejor les cae.

- En un concurso hípico, pese a terminar en último lugar, al caballo que ríe le dieron el premio a la simpatía.

- El caballo que ríe es el más fotografiado de todos los participantes .Hace que las cámaras se disparen automáticamente.

- El caballo que ríe corrió el año pasado el Grand National y a punto estuvo de no pasar el control antidoping. Tenía demasiado alto el nivel de endorfinas.

- Cuando el caballo que ríe se mira en un espejo, se ríe de sí mismo.

- Dicen en la cuadra que el gesto sonriente del caballo que ríe, es fruto de una operación de cirugía estética, pagada por su peripatético dueño. Él siempre se ríe cuando lo oye.

- Cuando el caballo que ríe ve su rostro reflejado en el agua, no entiende donde está el chiste.

- Al caballo que ríe no le importa el puesto que ocupa en la llegada después de cada carrera. Al final siempre ríe mejor.

- El caballo que ríe relincha con mucha más gracia.

- Al caballo que ríe, se le supone más sentido del humor que a los otros.

- El caballo que ríe no puede ocultar su edad.

- Cuando el caballo que ríe, ríe, los demás caballos están serios. La risa de caballo no es contagiosa.

viernes, 10 de diciembre de 2010

domingo, 28 de noviembre de 2010


“LA CACHACHI”


F.J.Fayerman
Veintiocho de noviembre de 2010


Cuando caminaba por el colegio, la Cachachi hacía crujir la tarima como si marcara el ritmo de una canción. Escuchábamos el sonido inconfundible de sus pasos, e imaginábamos el vaivén que la cojera provocaba en su andar.
Su entrada en clase era apoteósica: Todos los alumnos de cuarto de bachillerato, nos poníamos en pié y le dedicábamos, mientras pasaba entre dos hileras de pupitres, una larga lista de requiebros que, lejos de enfadarle provocaban una sonrisa en sus labios.
Nos encantaba la asignatura de Literatura que impartía La Cachachi, apelativo cariñoso que alguien había inventado y que expresaba que La señorita Cacharrón, -su verdadero apellido- estaba “chachi”. Su rostro afable y su hablar decidido, nos hacían disfrutar de la hora diaria de clase, que la mayoría de las veces era tan solo de cuarenta minutos, ya que siempre aparecía "el Salvadores" nuestro profesor de Ciencias Naturales, para echar con ella una larga parrafada, que a nosotros se nos antojaba como una conversación de enamorados.
Ayer me llamó mi compañero de colegio y amigo Juan Carlos, para comunicarme la muerte de La Cachachi, que debía rondar ya los ochenta años. En lugar de asistir a su funeral, prefiero ofrecerle este sencillo relato, posiblemente conseguido en parte gracias a lo aprendido en sus clases.
Estoy convencido de que, desde el rincón del paraíso reservado a los amantes de la Literatura, donde seguramente estará en animada charla con Lope, Rubén, Rosalía y Miguel, me lo va a agradecer mucho más.

miércoles, 29 de septiembre de 2010



ALLA DONDE TU ESTÉS

Cómo llega la primavera, llegó a casa,
Cálida, pulcra, señora y consentida,
Vino la reina a reinar, blanca de armiño,
Y reinó dieciséis años. Los que Dios quiso.

Todas las noches miraba a las estrellas,
Y a la luna le cantaba ensimismada,
Tonadillas de gata, sus quereres
Luna de blanco lino, Luna gata.

Entre besos y versos te criaste,
Luna nevada, que todo iluminabas,
Entre mimos y caricias te dormías,
Y con las mismas caricias despertabas.

Y te marchaste en silencio en un otoño, tardío de hojas secas
Cansada del estío.
Perezosa y perdida dentro del laberinto
De tus ojos dorados, soñando el paraíso.

Gata de nieve, Gata plateada,
El firmamento ha ganado otro lucero,
Pero yo te he perdido para siempre.
Allá donde tu estés, está mi alma.
Federico Fayerman – 28 de septiembre de 2010

A NUESTRA LUNA QUERIDA

Eran las doce de la noche y de día En el cielo brillaban dos Lunas esplendidas que ocultaban las tinieblas habituales.
En los noticiarios de radio y televisión informaban de este fenómeno sin poder encontrar explicación coherente.
Una de las Lunas, la más pequeña, se fue alejando poco a poco hasta perderse en el infinito, pero su Luz seguía llegando hasta los corazones de toda una familia, y allí se quedó a vivir para siempre.
En el Paraíso de los gatos, Ron terminó de lavarse y jubiloso salió raudo hacia la peluquería. Su largo pelo gris y su rabito tenían que quedar perfectos para esta noche. Esta noche especial en que volvería a encontrarse con su amada Luna, para empezar una nueva y eterna vida juntos
28 de septiembre de 2010 - Esperanza, Patricia, Susana y Federico Fayerman.

viernes, 17 de septiembre de 2010


BEATLE-MANÍA

F.J.Fayerman
Catorce de septiembre de 2010


Hoy he visto por enésima vez una grabación de Los Beatles. En esta ocasión era un video con las cinco actuaciones que “Los Cuatro Fabulosos” llevaron a cabo en los años 1964 y 1965 en el show de Ed Sullivan, en su primera y posteriores visitas a E.E.U.U.
Mientras disfrutaba de su música y de sus voces -que para mí son un instrumento más acoplado a su característico y maravilloso sonido-, he prestado especial atención al público que presenciaba las actuaciones en directo.
Las ya muy conocidas imágenes de jovencitas chillando y tirándose de los pelos, llorando y hasta desmayándose al ver a sus ídolos en vivo, me han llegado diferentes. Ahora no he visto histeria en sus reacciones, ni locura colectiva como nos han querido hacer ver reiteradamente. Ahora por fin lo he comprendido.
En cada rostro de quinceañera he advertido pasión; en cada gesto, he visto aflorar la impotencia; en cada grito, he descubierto ansiedad; en cada salto, un estremecimiento y en cada lloro, he contemplado una súplica.
Con quince o dieciséis años la pasión llena tu vida y no deja sitio aún a la sensatez. Sientes impotencia al no poder formar parte del mundo de tus ídolos. La ansiedad descontrola tus acciones. Tu cuerpo se estremece sin poderlo evitar y tus lágrimas son un ruego que también refleja pánico, porque sabes que aquello terminará y no se volverá a repetir jamás.
Ya no he visto paranoia en esos videos y me pregunto que habría hecho yo si el cinco de julio de 1965, hubiese podido ir con mis amigos al concierto de las Ventas.

miércoles, 23 de junio de 2010


EL GATO TORCUATO
Federico Fayerman
Catorce de abril de 2010


El gato Torcuato salía de noche
Cogía sus cosas,
Saltaba la valla con mucho cuidado.
Y al no tener coche
Se marchaba andando.
Y en la madrugada
Con la luna llena,
Hablaba de amor
A su gata Elena.

El gato Torcuato caminó durante más de dos horas cruzando la ciudad, desde la zona norte donde vivían los ricos, hasta la zona sur, donde vivían los más pobres. Estaba citado con su novia, la gatita Elena y ambos pensaban colarse en el cine de su barrio. Querían ver Los Aristogatos, una película de la que les habían hablado muy bien sus amigos Sansón y Platón.
Ya eran las siete de la tarde y de noche, cuando Torcuato, que atravesaba un basurero, se encontró de frente con la pandilla del gato Cipriano.
El gato Cipriano estaba enamorado también de la gatita Elena. Pretendía que Torcuato no apareciera nunca más por el barrio sur y quedarse él solo con el amor de la gatita. Torcuato comprendió que le habían tendido una trampa y al tratar de escapar, cayó en un agujero muy profundo.
Después de cerciorarse de que Torcuato no podía salir del hoyo, Cipriano se marchó contento con toda su pandilla, pensando que se había librado por fin de su competidor.
Torcuato quedó magullado en el fondo del pozo y allí estuvo durante toda la tarde, hasta que de repente, se abrió un boquete a su lado por el que aparecieron dos cabezas con ojos saltones y orejas puntiagudas, Era Rita, la rata y su amigo Melitón el ratón. Entre los dos levantaron a Torcuato y le condujeron por el túnel hasta su ratonera, que estaba escondida entre los escombros.
Allí, la rata Rita curó las heridas de Torcuato y cuando al cabo de una semana éste se repuso, le acompañó hasta el límite del barrio donde se despidió de él con tristeza.
Torcuato pensó en no volver más por la zona sur, ya que la gatita Elena se hizo novia del gato Cipriano y ya nada se le había perdido por allí.
Unos días después, mientras paseaba meditabundo por las calles de su barrio, se dio cuenta de que no podía dejar de pensar en Rita y en lo desagradecido que había sido con ella. Así que ni corto ni perezoso atravesó de nuevo la ciudad, buscó las ratoneras de Rita y Melitón y les propuso que se fueran a vivir con él a su casa. Tenía un desván muy cómodo y unas vistas maravillosas a los tejados de las casas cercanas. Además en la cocina nunca faltaba el queso ni las galletas.

El gato Torcuato y Rita,
Sentados en el tejado
Miraban la luna plata.
Y Torcuato enamorado,
Le acariciaba el cogote
Con su pata.

Para mis cuatro nietos. En especial para Alejandra, la pequeñita.

martes, 23 de febrero de 2010


Este cuento tiene dos versiones. Una es ésta y la otra está publicada en el Huerto de las Palabras. Se llama tic-tac, tic-tac.

CARRETERA 304

Federico Fayerman
Dos de enero de 2009


Los hechos que voy a narrar me fueron revelados por un hombre que dijo llamarse Marcel y no puedo asegurar que su historia fuera cierta, aunque el lastimoso estado de shock en que se encontraba, hiciera pensar que si lo fuera.
De sus labios salió, entrecortadamente, una terrible historia. Solo añadiré antes de contarla, que me llamo Anibal Roche, soy policía y no pude nunca esclarecer los hechos que Marcel me contó aquel día de un frío mes de Enero, cuando lo encontré vagando por la carretera 304, entre las localidades de Boulon y Privant.
LA HISTORIA:
Marcel y su esposa Mireille iniciaron el viaje desde París muy temprano, para intentar llegar a Boulon antes de que anocheciera. Pensaban pasar el fin de semana en un hotel de ese pueblo, que les había recomendado sus amigos Ruth y Louis. El matrimonio amigo, recién casados en segundas nupcias habían dormido allí durante su viaje de luna de miel
La primera parte del viaje la realizaron sin novedad. Pararon a comer a mitad de camino y poco después de reemprender la marcha el coche sufrió una avería que les entretuvo durante varias horas, por lo que cuando llegaron a Boulon ya era casi la una de la madrugada. Louis les había advertido que a partir de las doce el hotel cerraba sus puertas ya que no disponía de portero de noche y que la dueña del establecimiento procuraba a todos sus clientes una llave para caso de necesidad.
Mireille aparcó el coche en la calle principal del pueblo, que ya a esas horas se encontraba solitario. Una única farola encendida, iluminaba el cruce de la carretera con la de entrada al pueblo. Marcel sacó la maleta del cofre del automóvil y seguido por Mireille subió la pequeña calle en cuesta que conducía al hotel, cuyo rótulo se encontraba también apagado.
Marcel escrutó a través del cristal de una de las ventanas el interior y el escenario que, en la obscuridad consiguió ver le produjo un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Vio un vestíbulo estrecho y largo, con puertas cerradas a ambos lados y al fondo un gran reloj de pie que parecía estar parado en las doce en punto. Sin embargo el largo péndulo dorado que recorría su cuerpo oscilaba de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, y el cerebro de Marcel añadió el tic-tac, tic-tac, que sus oídos no percibían.
Llamaron varias veces al timbre exterior, que no emitió ningún sonido, como si la corriente eléctrica del hotel hubiera sido desconectada. Así que optaron por regresar al automóvil y pasar allí la noche.
A las seis y media de la mañana, unos tímidos rayos de sol aparecieron al fondo de la calle, pero su luz fue lo suficientemente intensa como para despertar a Mireille, justo cuando ella creía haberse quedado por fin dormida, después de una larga noche en vela.
-¡Despierta Marcel! –dijo, señalando al otro lado de la calle. – ¡Despierta y mira, un café abierto!
Tomaron café y después cruzaron la calle para acercarse nuevamente al hotel. En la puerta, una mujer de pelo blanco pasaba la fregona. Les sonrió.
En la recepción, Monique, la dueña, les adjudicó una habitación al fondo del vestíbulo, la número 6. Al pasar frente al reloj Marcel no pudo evitar mirar las agujas. Estas seguían marcando las doce en punto, y el péndulo continuaba oscilando. Tic-tac, tic-tac. Y ahora si podía escucharlo.
Pasaron el día recorriendo la comarca y decidieron regresar pronto ya que, al no haber dormido bien la noche anterior, se sentían cansados y deseaban acostarse cuanto antes. Cenaron algo en el café del pueblo y al comentar al dueño que se alojaban en el hotel de enfrente, éste los invitó cortésmente, rogándoles no obstante que abandonaran el café ya que iban a cerrar antes de que anocheciera.
Cuando entraron en el hotel, el último rayo de luz penetró tras ellos y fue a morir contra el reloj del solitario vestíbulo. Monique les esperaba con una lamparilla en la mano.
-Tenemos una avería eléctrica, -dijo; les he dejado en su habitación varias lamparillas sobre la mesilla de noche, una linterna y un par de velas. Hasta mañana y que descansen.
El cansancio les hizo dormirse de inmediato pero sobre las dos de la madrugada Marcel se despertó y no pudo volver a dormirse. Después de dar muchas vueltas en la cama decidió levantarse y fumar un cigarrillo en el cuarto de baño para no molestar a Mireille. Pero el paquete de tabaco estaba vacío. Recordó que en la guantera del coche tenía otro y decidió salir a la calle a buscarlo.
Armado con la linterna y la llave que les había facilitado Monique bajó la cuesta hasta el automóvil y antes de volver encendió un cigarrillo y lo fumó bajo la densa niebla que se había posado sobre las calles de Boulón. Después subió hasta el hotel y entró tratando de no hacer ruido. Frente a él, las agujas del reloj giraban enloquecidas iluminadas por la linterna de Marcel y la luz mortecina que se filtraba bajo la puerta de la habitación número 6, la suya. Pensó que Mireille se había despertado y llamó suavemente con los nudillos. La puerta se deslizó con un leve chirrido y una tétrica escena apareció ante sus ojos.
Mireille se encontraba tumbada en la cama boca arriba, desnuda y con los ojos fuera de sus órbitas, mientras una Monique terriblemente envejecida, la mujer de pelo blanco y dos hombres la rodeaban. Sus bocas de colmillos afilados, rebosaban sangre. La que estaban extrayendo del cuerpo de su mujer. Los cuatro se volvieron hacia él mirándole con los ojos inyectados en sangre. Marcel consiguió no desmayarse con el espectáculo y cerrando la puerta huyó del hotel amparándose en la niebla.
Esta es la historia tal como me la contó Marcel al que conduje al hospital de Privant. Después regresamos a Boulon y entramos en el hotel. En el interior nos recibió una joven Monique acompañada de su esposa Mireille. Ambas se mostraban preocupadas por la extraña desaparición de Marcel; desaparición que habían denunciado telefónicamente a la comisaría de Privant.
Dos años después, releyendo un diario encontré la noticia de un matrimonio que había sido encontrado en una calle de París, ambos desangrados. Sus nombres eran Marcel Mouton y Mireille Champs.
Volví al hotel de Boulon. Una jovencísima Monique ni me reconoció. En su libro de registro no aparecian los nombres de Marcel y de Mireille. En su lugar estaban los de Ruth y Louis
A partir de ese momento me empeñé en encontrar explicación a lo sucedido y después de exprimir hemerotecas y archivos policiales llegué a la conclusión de que EN CADA PUEBLO O CIUDAD DEL MUNDO EXISTE UN HOTEL COMO EL DE BOULON.
Y recomiendo a quien lea este relato y vaya a salir de viaje, que lo recuerde cada vez que reserve una habitación en un hotel desconocido.