viernes, 20 de enero de 2012


EL FUMADOR

F.J.Fayerman
Cuatro de diciembre de 2011


Medianoche, y aún estaba despierto. El café era el culpable de mi insomnio.
Bajé de la cama, busqué las zapatillas y el batín y salí al pasillo en busca de un vaso de agua. Encendí la tele y un cigarro y me senté en el sofá para esperar al sueño que la cafeína me negaba.
Supongo que me dormí enseguida, porque a las doce y media unas voces me despertaron. Caminé hasta la habitación de los libros y escuché desde afuera.
–…
– Mi querido Aureliano, a fe mía que por mucho que lo intentes, no conseguirás que tus años de soledad se conviertan en la novela más importante de la literatura hispánica; ¿no crees, Sancho?
–Tan es así, mi señor don Quijote, como que, según vos me habéis referido, en ningún libro de caballerías aparece un pueblo llamado Macondo y si existiere, sería un lugar de lo más prosaico, ya que no habría sido necesaria la visita de vuesa merced para enmendar agravios, corregir sinrazones o reparar las injusticias que allí se hubieren cometido.
Empujé la puerta lo justo para poder mirar sin ser visto.
Unos golpes de cincel ahogaron las palabras de Aureliano y Sancho. Philip, el obispo de Kingsbridge dirigía por tercera vez las obras de restauración de la catedral, tras un nuevo incendio que había derrumbado la parte superior del extremo oriental del templo.
Comiendo unas salchichas en el Boulevard de Sébastopol, escondida entre las páginas de Rayuela, la Maga seguía atenta las conversaciones de los estantes inferiores.
A su lado, el dinosaurio dormía plácidamente y no tenía intención de irse, al menos en los siguientes diez años.
Tolstoi, Reverte, Bukowski, Kafka, Delibes y Malraux, estaban enfrascados en una partida de Draw Poker, mientras Vargas Llosa y Bradbury terminaban en tablas su partida de ajedrez.
En el estante superior, como queriéndose apartar de la inmortalidad, los personajes de Renglones de Ficción aprovechaban la noche para montar una tertulia y reafirmar lazos de amistad.
En la pared, una fotografía en blanco y negro de Los Beatles pareció cobrar vida al tiempo que inundaba la habitación de música.

Vaya a donde vaya la oigo
En los libros que he leído, buenos y malos
Di la palabra y quedarás libre
Di la palabra y sé como yo
Di la palabra que estoy pensando
¿Has oído? La palabra es amor
Es tan bella
Es luz
Es la palabra amor.

Cerré la puerta y volví al sofá. Encendí otro cigarrillo y jugando con el humo, esperé a que amaneciera.