EL HUERTO DE MIS PENSAMIENTOS
miércoles, 10 de agosto de 2022
YO Y DOFF
3 – El atraco
F.J. Fayerman
seis de noviembre de 2018
Hoy no me encuentro bien. Llamo al doctor Polo y Lucy, su enfermera, me dice que está pasando unas vacaciones en el caribe. Su suplente no llegará hasta mañana. De todas formas, Lucy me llama al rato, me pasa una receta del antidiarreico” Loperamida” por correo electrónico y me desea una rápida mejoría. Busco en Google una farmacia de guardia cerca de casa y le pido a Doff que vaya a comprar la medicina. Le sujeto la receta, el dinero y el móvil al arnés y sale a la carrera a la dirección que la mujer del “maps” le va dictando.
Hace ya dos horas que se fue y sigo esperando. Seguramente se habrá encontrado con Gardenia y su perrita Kira y estarán oliéndose como de costumbre. Me llevo el televisor portátil al WC.
Hago “zapping” y en el canal local están dando la noticia del atraco que se está perpetrando en una farmacia del barrio, que resulta ser a la que he enviado a Doff. La presentadora informa que los atracadores han tomado a cuatro personas y un perro como rehenes. Y efectivamente a través del cristal de la puerta se los ve atados unos con otros. El “Doffete” está con ellos.
Han pedido cinco millones de euros y un paquete pienso de Hill. Por un micrófono que ha quedado abierto se escucha la voz del que parece ser el jefe de la banda de ladrones: —Como vuelvas a mover el rabo —dice el atracador de la máscara del pato Donald— te fulmino, chucho. Me pongo la gabardina encima del pijama, cojo del armario la escopeta de caza y bajo a por el coche al garaje. Enfilo a toda velocidad la avenida que me lleva directo al lugar de los hechos.
La manzana de la farmacia está acordonada por la policía. Al otro lado de la cinta de seguridad está Rosita. Me identifico. Le comento que el perro rehén es Doff. Me acompaña hasta el puesto de mando. Nadie ha visto mi escopeta debajo de la gabardina. En un descuido echo a correr y entro en la farmacia disparando los dos cartuchos para intimidar a los ladrones. Rosita sale detrás de mí para protegerme. Ahora somos seis rehenes en lugar de cuatro y la cosa se complica. Doff mueve el rabo al verme, a riesgo de que lo liquiden.
Pese a la situación, Rosita y yo entablamos una conversación ajena a lo que acontece y comprobamos que tenemos gustos muy parecidos. El cine erótico, aunque se ruboriza cuando lo dice, andar deprisa, aunque ella sin perro, y los restaurantes asiáticos.
Así pasamos el tiempo hasta que los Geos entran en la farmacia y nos liberan.
A la mañana siguiente, aprovechando el paseo por el parque con Doff, nos acercamos a la comisaría para entregar el permiso de armas. Pasamos allí dos horas retenidos, ya que dicha autorización está caducada desde hace cinco años.
Rosita se entretiene con Doff tirándole un hueso de mentira por el patio interior. Se le cae la gorra en un viraje. Me parece preciosa con el pelo suelto. Y esta vez no tengo prisa por volver a casa. Los aseos de la comisaría están francamente limpios.
YO Y DOFF
4 – La Puri
F.J. Fayerman
Cuatro de diciembre de 2018
El tocadiscos del vecino repetía insistentemente la misma canción. Había perdido la cuenta, aunque no me equivocaría mucho si digo que al menos iban treinta veces que Manolo Escobar preguntaba por su maldito carro. Doff se había refugiado debajo de mi cama y mantenía su pata derecha sobre la oreja del mismo lado. Por mi parte trataba de ahogar la rumba flamenca aumentando el volumen de la televisión.
Por fin, a eso de las tres de la noche terminó el suplicio y como estaba desvelado me dispuse a pasear a Doff.
La calle estaba vacía y le solté. No coches, no peligro. Al doblar una esquina me encontré con La Puri, famosa noctámbula de precio asequible y por lo que cuentan limpia y culta. Doff se puso a ladrarme, como diciéndome que había peligro si nos acercábamos a la susodicha meretriz. Mi intención no era buscar compañía sexual, me había olvidado el mechero en casa y viendo que la Puri estaba fumando fui a pedirle fuego. Visto y no visto, de un portal cercano salieron dos tipos que me sujetaron por los brazos y me inmovilizaron. Mi cartera pasó en segundos de mi bolsillo a sus manos y mi reloj siguió el mismo camino.
Me armé de valor, no podía permitir este abuso sin revelarme y golpeé a uno de los individuos con un Mawashi-Zuki seguido de un Shuto-Uti y terminando la faena Doff con el clásico Yama-Zuki que había aprendido con bastante esfuerzo y que practicaba a menudo con el perro del tercero. El rufián quedó tendido en el suelo sin conocimiento. El otro individuo salió huyendo, asustado por nuestros conocimientos en el arte del Karate.
La Puri se acercó llorando —Es un chulo que me obliga a darle el dinero que recaudo, me dijo. Muchas gracias. te regalo un servicio y otro a tu perro. Yo no acepté porque pensé en Rosita y su sonrisa y Doff pasó un buen rato con la perrita La Pili, corriendo alrededor de una farola. Le habían dicho que eso era hacer el amor y él se lo creyó. Le di veinte euros a la pobre mujer y le acompañamos a su casa. Era tiempo de descansar un rato, con la satisfacción del deber cumplido. Pasamos antes por la comisaría para saludar a Rosita que estaba de guardia. Por esta vez no íbamos esposados. Sobre las cinco llegamos a casa. Las luces del alba estaban mostrándose. Nos lavamos los dientes y nos tumbamos en la cama.
Doff se acurrucó junto a mí y antes de dormirnos nos dimos las buenas noches. Nos quedaban un par de horas antes de que Manolo volviera a la carga.
YO Y DOFF
2 - Los ojos de Rosita
F.J. Fayerman
Treinta de septiembre de 2018
El Ayuntamiento colocó carteles por todo el parque: Prohibido hacer footing fuera de las zonas marcadas y llevar perros sueltos. Doff y yo solíamos correr a primera hora de la mañana, cuando apenas el sol aparecía entre los pinos centenarios, presentes en el escudo heráldico y orgullo de la ciudad. Allí, según cuentan las crónicas, acampó el ejercito hace muchos años, antes de librar una de las batallas más importantes de la guerra de la Independencia.
A Doff le encanta correr, y no entiende muy bien por qué hay que mantener el ritmo, la línea recta y otras cosas. Él galopa en todas direcciones y vuelve. Una vez lo hizo con un conejo en la boca y otra con un gato muerto. Siempre terminamos tumbados extenuados y mirando las copas de los árboles.
Un día, de eso hace casi un año, Doff volvió de una de sus excursiones con algo entre sus dientes. Cuando lo dejó caer al suelo me encontré con un objeto metálico, negro, de aspecto extraño y desconocido. Intenté desmontarlo, pero la herrumbre que lo cubría no me dejó hacerlo. Doff me lo pidió y lo enterró en un agujero que hizo en el suelo, bajo uno de los pinos como si fuera un hueso.
Continuamos la marcha hacia el estanque de los enamorados donde acababan de construir una playa artificial, con su correspondiente cartel de prohibido bañarse a los perros.
El sol ya calentaba cuando nos colocamos las gafas de bucear y nos lanzamos al agua. Un par de bañistas nos siguieron.
Asomamos la cabeza unos metros más lejos a la vez que sonaba una explosión. Unas llamas gigantescas surgieron del pinar y comenzaron a devorarlo.
Un cuarto de hora después llegó un coche de bomberos y detrás la policía. Los primeros apagaron el fuego y los segundos nos multaron por hacer footing, por llevar el perro suelto y porque el pobre Doff se había dado un chapuzón en el estanque. A continuación, nos llevaron a la comisaría del distrito para que prestáramos declaración sobre lo sucedido.
Rosita nos recibió con un gesto de incredulidad. –¿otra vez aquí? Rosita debe tener cincuenta y tantos años y unos ojos azules que no le caben en la cara. Hacen juego con su uniforme de poli.
Doff me esperó pacientemente en la puerta hasta que se aclaró todo. Luego nos fuimos a tomar un vermú al centro.
YO Y DOFF
1 – La motora
F.J. Fayerman
Diez de octubre de 2018
Cada día, más o menos a la misma hora, correteo junto a mi perro Doff. Yo estoy jubilado desde hace poco y utilizamos la marcha para hablar de lo divino y de lo humano, vivido y por vivir.
Uno de los lugares preferidos para desintoxicarnos es el parque de los Artistas. La razón es que nos disgusta el bullicio y la polución que se ha ido adueñando de la ciudad. En cada banco se sitúa alguien lápiz en mano y cuaderno sobre las rodillas y da rienda suelta a su arte particular, ya sea dibujar o escribir. En una silla al fondo del parterre, una mujer de pelo rojo y falda larga estampada declama versos inventados. Otra canta zarzuela y ahuyenta a los gorriones y otra improvisa un baile, zapateando sobre un palé abandonado.
Una tarde, hace una semana para no alejarme mucho de los hechos, pues mi memoria va dando síntomas de cansancio, trotamos por la alameda hasta el estanque que llaman de los enamorados. Por sus aguas se deslizan barcas con parejas acarameladas, bajo ellas cientos de carpas y peces gato suplican unos trozos de pan y para diversión de los más pequeños, una motora da vueltas al lago haciendo sonar su sirena, para avisar a las lanchas despistadas que se le aproximan.
Pregunté a Doff si quería que alquiláramos una y como me pareció ver que asentía, nos dirigimos a la caseta del dueño de las embarcaciones y por diez euros nos dispusimos a disfrutar de una hora de navegación. Encendimos unos cigarrillos y me tumbé al tibio sol del atardecer. Los remos se quedaron a cargo de Doff.
Un golpe me despertó del letargo. La proa de nuestra barca se había incrustado en la borda de la ligera motora, abriendo una vía de agua que rápidamente la hizo inclinarse a estribor. Un niño cayó al agua y Doff saltó a por él. Mordiendo la camiseta logró ponerlo a salvo.
Ya de noche, en la comisaría del distrito, una seria policía rellena una ficha con mis datos y solicita una fianza por si no queríamos dormir en el calabozo. Doff, después de sacudirse el agua que aún le quedaba del baño intempestivo, tuvo que acercarse a casa a por el dinero para pagarla. Por el camino de vuelta se le perdieron las llaves, así que tuvo que trepar por los tejados y abrir desde dentro.
Llamamos a Telepizza y pedimos una extragrande de salmón ahumado y queso crema, bien regadita con dos Mahou sin alcohol. Aún nos quedaron fuerzas para echar unas risas.
lunes, 26 de octubre de 2015
LA NIÑA DE FUEGO
F.J.Fayerman
veintiuno de marzo de este año
Apenas terminó de comer, la niña de fuego se enjuagó la boca con vino tinto. En el colegio le habían enseñado que a partir de los cuarenta años era muy sano tomarse un vaso de vino y una aspirina diaria. Colocó el cedé en el magnetófono y comenzó a cantar: ¡Ay niña de fuego, ay niña de fuego! Era la primera vez que cantaba aquella canción y ya le parecía que formaba parte del repertorio clásico que llevó durante muchos años por las fiestas de los pueblos de Nicaragua.
Cuando llegó a la edad de cuarenta y un años, la niña se compró una Gillette. Con la cuchilla rasuró los pelos de su poblada barba con la suavidad de un monitor de presión sanguínea, con el sonido entrecortado de la máquina de coser de su abuela Pilar y dejando un machacón olor de morcilla recién embutida. Recordó que la fábrica Gillette era vecina del extremeño matadero regional de Mérida. Hasta el cerdo se había muerto cuando, momentos antes de la matanza, le tomaron la presión cerdo-sanguínea en el camerino rosa del Anfiteatro romano, cercano a la fábrica de Gillette a su vez vecina del extremeño matadero regional de Mérida. La niña vieja de fuego anotó en su diario lo acontecido durante el día y arrojó las páginas sobrantes al inodoro del señor Roca Junyent, turista accidental de la ciudad de Managua, a la sazón, en aquellas fechas, capital de Extremadura y de Nicaragua.
Días después, el t E c l a d o delorde dor e m p e p e z ó a f a l l ar ylaniña de f ego se tom ó l a as pi rin a y se rela jó. Su gato Montés ladró tres veces seguidas a lavez que el perro del horte lano se hhhhace vege t ariaNO deja de MORDER a la gente, dejA de dejarle el papel celloa A los que quieren papel cello y a los que quieren tirarse un pedo no les de ja tirarse lo. ¿mE entiendes pedazo de tonto?
La niña de fuego murió con las botas puestas del revés y, mientras su ataúd bajaba a la tumba se oyó:
La luna te besa
tus lágrimas puras
como una promesa
de buena ventura.
¡Ay niña de fuego, ay ay ay ay niña de fuego!
sábado, 25 de abril de 2015
CARTA PARA YOYITO
27 de marzo de 2015
Querido YOYO
Cuando decidiste marcharte faltaban muy pocos meses para que cumplieras los diecinueve años Sé que me dirán que son muchos para un gatito persa pero me hubiera gustado que hubieran sido el doble: de esa manera habría disfrutado más tiempo de ti y no te habría visto pasar tus últimos días, dormido sobre el sillón del cuarto de estar con la cabeza gacha y la mirada ausente.
Te vi nacer, apenas diez centímetros de gatito blanco abriendo la boca en busca de un poco de leche de su madre. Te llevé en la palma de mi mano porque me daba miedo agarrarte y hacerte daño. Te vi bajar las escaleras como si te lanzaras al vacío en cada escalón y te cuidé todo lo que pude durante estos años de irrepetible felicidad. Te fuiste apagando como una vea a la que se le acaba la mecha y así, poco a poco, tu luz maravillosa dejó de iluminar mis días. Te hiciste viejecito, como ye me voy haciendo también y me dejaste el sabor salado de las lágrimas en los labios, para lo que me reste de vida.
Ahora te imagino en el cielo de los animales, rodeado de tus padres Luna y Ron y de tu hermanito que solo llegó a vivir unos días, de Kira la perrita cooker que jugaba contigo a su manera y de Senda, la pastor alemán a la que seguramente habrán hablado de ti.
Sois ya muchos los que nos habéis dejado en este mundo terrenal para vivir en las nubes que nos tienen reservadas en el cielo y donde nos reuniremos algún día. Hasta entonces quiero que sepas que tus padres humanos te echamos de menos y que hemos llorado cuando te fuiste y que lloramos cada vez que pensamos en ti. Tan poco tiempo ha pasado desde entonces y cuanto te añoramos.
PD. Mimí también te recuerda, estoy seguro.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)