domingo, 27 de marzo de 2011



EL HOMBRE QUE VALÍA MENOS QUE UNA BOTELLA DE PLÁSTICO

Federico Fayerman
Veintisiete de marzo de 2011


Yo soy de las personas a las que no le duelen prendas por decir que ve tal o cual programa de la televisión. Me gusta verlo todo, unos mas y otros menos naturalmente, pero creo que para poder opinar sobre algo debes conocerlo. Y digo esto, porque la mayoría de las personas con las que hablo sobre televisión, dicen que solo ven los documentales de la 2 (por cierto con una audiencia comprobada que niega tal aseveración) y los telediarios (ídem de ídem). En Madrid, con mayoría de votantes de centro-derecha, nadie ve la cadena autonómica y todo el mundo lee El País. Nadie ve Gran Hermano, y qué decir de la denominada telebasura (Sálvame, DEC y tantos otros programas infectos). Pero a la hora de la verdad, todos conocen la vida y milagros de Belén Esteban y quien ha hecho “edredoning esa semana en la casa de Guadalix”.
Y mi comentario va por esta senda de la hipocresía social, esa que nos lleva últimamente por el camino de aparentar lo que no somos; donde los valores humanos han dejado paso a la doble moral, al disimulo, a la lisonja y a la afectación.
Hace unos días, casi todas las emisoras de Tv emitieron un video, en el que una señorita recogía un envase de plástico caído en el suelo y lo llevaba a una papelera. El acto, solemnemente ecológico y solidario, se vio recompensado con una lluvia de aplausos, gritos de júbilo y felicitaciones de decenas de personas, que se habían congregado en el entorno disimuladamente, para homenajear a quien fuera capaz de tamaña proeza. Bien
Ese mismo día, sobre las doce de la mañana, un familiar mío cruzaba un paso de peatones ayudándose de sus muletas, a las que desgraciadamente está sujeto para poder moverse. En el centro del susodicho paso de peatones tuvo la mala fortuna de tropezar y caerse al suelo ¿Y Qué dirían que pasó entonces? Pues que ninguna de las muchas personas que pasaban en aquel momento por su lado, hizo la mínima intención de ayudarle.
¡Bravo! Mientras las calles de la ciudad están repletas de mierdas de perro y de colillas, ponemos como ejemplo de educación cívica estúpidos espectáculos televisivos como el de la botella, y miramos para otro lado cuando algún semejante necesita verdaderamente nuestra ayuda.
¡Yo soy español, español, español…!

lunes, 14 de marzo de 2011


EL JARDIN
Federico Fayerman

Estoy terminando de cortar la hierba del pequeño jardín de mi casa. Ciertamente esta ya demasiado crecido, bastante más que otras veces. Claro, se ha estado regando dos veces diarias y aunque hace tiempo que no llueve, al ser tan pequeño se ha mantenido muy mojado, casi al borde de la inundación. Lo vengo notando estos últimos días cuando lo recorro vigilando el estado de las flores que lo rodean. Si es importante el césped, tanto o más lo son las plantas que lo adornan y lo complementan,. Al menos eso creo cuando quito las malas hierbas y dirijo las guías de la madreselva por entre los rombos metálicos de la cerca.
Ahora que he terminado de cortar y limpiar, recuerdo que hace ya muchos años que plantamos este césped. Recuerdo su color verde parejo, su superficie plana, su absoluta carencia de malas hierbas, su olor también lo sentía verde, verde húmedo después de regado. En distintas épocas ha pasado por malos momentos, como cuando casi se secó porque dejamos cerrada la llave de paso, o cuando le empezaron a salir calvas porque el agua de los aspersores no llegaba bien a todos los rincones. En otra ocasión recuerdo que le atacó no sé qué bichito, pero conseguimos sacarlo adelante. Ahora, bien mirado, su color es más bien verde monótono, le falta brillo y quizás vida y su superficie ya no es tersa como antes, ahora es irregular y llena de baches y su olor es verde añejo por el paso de los años, pienso yo.
Pero no tengo intención de cambiarlo. Podría levantarlo y replantar un césped nuevo, joven, de color verde intenso, con su piel de hierba tersa y suave, con un olor penetrante, ajeno, intruso. Pero no sería nuestro césped de siempre, el que plantamos hace tantos años, con ilusiones, con juventud, con esperanza y con sueños de verlo crecer juntos. Quiero dejar mi jardín como está, como quiero que siga estando y como quisiera que nos acompañara en lo por venir. Definitivamente me gusta mi césped irregular, con su viejo olor verde de hierba mil veces segada por mí y mil veces pisada por los dos, mientras cuidamos y regamos las flores que la rodean.