martes, 23 de febrero de 2010


Este cuento tiene dos versiones. Una es ésta y la otra está publicada en el Huerto de las Palabras. Se llama tic-tac, tic-tac.

CARRETERA 304

Federico Fayerman
Dos de enero de 2009


Los hechos que voy a narrar me fueron revelados por un hombre que dijo llamarse Marcel y no puedo asegurar que su historia fuera cierta, aunque el lastimoso estado de shock en que se encontraba, hiciera pensar que si lo fuera.
De sus labios salió, entrecortadamente, una terrible historia. Solo añadiré antes de contarla, que me llamo Anibal Roche, soy policía y no pude nunca esclarecer los hechos que Marcel me contó aquel día de un frío mes de Enero, cuando lo encontré vagando por la carretera 304, entre las localidades de Boulon y Privant.
LA HISTORIA:
Marcel y su esposa Mireille iniciaron el viaje desde París muy temprano, para intentar llegar a Boulon antes de que anocheciera. Pensaban pasar el fin de semana en un hotel de ese pueblo, que les había recomendado sus amigos Ruth y Louis. El matrimonio amigo, recién casados en segundas nupcias habían dormido allí durante su viaje de luna de miel
La primera parte del viaje la realizaron sin novedad. Pararon a comer a mitad de camino y poco después de reemprender la marcha el coche sufrió una avería que les entretuvo durante varias horas, por lo que cuando llegaron a Boulon ya era casi la una de la madrugada. Louis les había advertido que a partir de las doce el hotel cerraba sus puertas ya que no disponía de portero de noche y que la dueña del establecimiento procuraba a todos sus clientes una llave para caso de necesidad.
Mireille aparcó el coche en la calle principal del pueblo, que ya a esas horas se encontraba solitario. Una única farola encendida, iluminaba el cruce de la carretera con la de entrada al pueblo. Marcel sacó la maleta del cofre del automóvil y seguido por Mireille subió la pequeña calle en cuesta que conducía al hotel, cuyo rótulo se encontraba también apagado.
Marcel escrutó a través del cristal de una de las ventanas el interior y el escenario que, en la obscuridad consiguió ver le produjo un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Vio un vestíbulo estrecho y largo, con puertas cerradas a ambos lados y al fondo un gran reloj de pie que parecía estar parado en las doce en punto. Sin embargo el largo péndulo dorado que recorría su cuerpo oscilaba de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, y el cerebro de Marcel añadió el tic-tac, tic-tac, que sus oídos no percibían.
Llamaron varias veces al timbre exterior, que no emitió ningún sonido, como si la corriente eléctrica del hotel hubiera sido desconectada. Así que optaron por regresar al automóvil y pasar allí la noche.
A las seis y media de la mañana, unos tímidos rayos de sol aparecieron al fondo de la calle, pero su luz fue lo suficientemente intensa como para despertar a Mireille, justo cuando ella creía haberse quedado por fin dormida, después de una larga noche en vela.
-¡Despierta Marcel! –dijo, señalando al otro lado de la calle. – ¡Despierta y mira, un café abierto!
Tomaron café y después cruzaron la calle para acercarse nuevamente al hotel. En la puerta, una mujer de pelo blanco pasaba la fregona. Les sonrió.
En la recepción, Monique, la dueña, les adjudicó una habitación al fondo del vestíbulo, la número 6. Al pasar frente al reloj Marcel no pudo evitar mirar las agujas. Estas seguían marcando las doce en punto, y el péndulo continuaba oscilando. Tic-tac, tic-tac. Y ahora si podía escucharlo.
Pasaron el día recorriendo la comarca y decidieron regresar pronto ya que, al no haber dormido bien la noche anterior, se sentían cansados y deseaban acostarse cuanto antes. Cenaron algo en el café del pueblo y al comentar al dueño que se alojaban en el hotel de enfrente, éste los invitó cortésmente, rogándoles no obstante que abandonaran el café ya que iban a cerrar antes de que anocheciera.
Cuando entraron en el hotel, el último rayo de luz penetró tras ellos y fue a morir contra el reloj del solitario vestíbulo. Monique les esperaba con una lamparilla en la mano.
-Tenemos una avería eléctrica, -dijo; les he dejado en su habitación varias lamparillas sobre la mesilla de noche, una linterna y un par de velas. Hasta mañana y que descansen.
El cansancio les hizo dormirse de inmediato pero sobre las dos de la madrugada Marcel se despertó y no pudo volver a dormirse. Después de dar muchas vueltas en la cama decidió levantarse y fumar un cigarrillo en el cuarto de baño para no molestar a Mireille. Pero el paquete de tabaco estaba vacío. Recordó que en la guantera del coche tenía otro y decidió salir a la calle a buscarlo.
Armado con la linterna y la llave que les había facilitado Monique bajó la cuesta hasta el automóvil y antes de volver encendió un cigarrillo y lo fumó bajo la densa niebla que se había posado sobre las calles de Boulón. Después subió hasta el hotel y entró tratando de no hacer ruido. Frente a él, las agujas del reloj giraban enloquecidas iluminadas por la linterna de Marcel y la luz mortecina que se filtraba bajo la puerta de la habitación número 6, la suya. Pensó que Mireille se había despertado y llamó suavemente con los nudillos. La puerta se deslizó con un leve chirrido y una tétrica escena apareció ante sus ojos.
Mireille se encontraba tumbada en la cama boca arriba, desnuda y con los ojos fuera de sus órbitas, mientras una Monique terriblemente envejecida, la mujer de pelo blanco y dos hombres la rodeaban. Sus bocas de colmillos afilados, rebosaban sangre. La que estaban extrayendo del cuerpo de su mujer. Los cuatro se volvieron hacia él mirándole con los ojos inyectados en sangre. Marcel consiguió no desmayarse con el espectáculo y cerrando la puerta huyó del hotel amparándose en la niebla.
Esta es la historia tal como me la contó Marcel al que conduje al hospital de Privant. Después regresamos a Boulon y entramos en el hotel. En el interior nos recibió una joven Monique acompañada de su esposa Mireille. Ambas se mostraban preocupadas por la extraña desaparición de Marcel; desaparición que habían denunciado telefónicamente a la comisaría de Privant.
Dos años después, releyendo un diario encontré la noticia de un matrimonio que había sido encontrado en una calle de París, ambos desangrados. Sus nombres eran Marcel Mouton y Mireille Champs.
Volví al hotel de Boulon. Una jovencísima Monique ni me reconoció. En su libro de registro no aparecian los nombres de Marcel y de Mireille. En su lugar estaban los de Ruth y Louis
A partir de ese momento me empeñé en encontrar explicación a lo sucedido y después de exprimir hemerotecas y archivos policiales llegué a la conclusión de que EN CADA PUEBLO O CIUDAD DEL MUNDO EXISTE UN HOTEL COMO EL DE BOULON.
Y recomiendo a quien lea este relato y vaya a salir de viaje, que lo recuerde cada vez que reserve una habitación en un hotel desconocido.

3 comentarios:

  1. VALE, ESTA TAMBIÉN ME GUSTA
    UN ABRAZO

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  2. Una historia inquietante.
    Espero no dar nunca con un hotel como ese, por si acaso...

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  3. y tu como sabes que en cada pueblo existe un poeblo como ese

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