domingo, 20 de mayo de 2012

UN PEZ DE SANGRE CALIENTE F.J. Fayerman Veintidós de marzo de 2012 Durante los últimos diez años no había faltado a su cita diaria con el rio. Remaba hasta las piedras que asomaban altivas en el centro de la corriente y permanecía allí, en silencio, observando el ir y venir incesante de los peces. Después buscaba a su amada, buceando en sus frías aguas. Hacía mucho tiempo que las lágrimas se le habían agotado, pero el sufrimiento no había desaparecido de su corazón. Celia le abandonó para dormir eternamente en el rio aquella tarde de verano, con el sol tiñendo de rojo y amarillo el horizonte, mientras se bañaban. Fue un segundo, quizá menos, el tiempo que tardó en desaparecer bajo las aguas. Inútil su esfuerzo por encontrarla e infructuosa la búsqueda posterior de su cuerpo. El rio no quiso devolverla. Tan bella era. Anastasio se quedó a vivir definitivamente en el pueblo y se refugió en la soledad y en sus recuerdos. Algunos pescadores dijeron que la habían visto nadar entre las rocas, que reía esquivando los anzuelos que brillaban cerca de su rostro. Que se había convertido en sirena. Y ahora, tantos años después, cuando Anastasio ya no soportaba el dolor de su ausencia, ella había regresado a sus sueños para pedirle una cita. Y Anastasio acudió a la llamada. Salió muy temprano, sin equipaje. Se dirigió al rio y remó hasta su centro. El sol se resistía a salir entre los matorrales pero Anastasio no esperó más. La llamó con todas sus fuerzas hasta que encontró respuesta. Un enorme pez asomó cerca de su barca y le habló de Celia. En algún lugar le estaba esperando. Y Anastasio montó a lomos del pez y se dejó llevar hasta el fondo pantanoso. Desde entonces nadie pesca en el rio y los enamorados que pasean por las orillas aseguran que dos peces de gran tamaño nadan y juegan todos los atardeceres cerca de las piedras.

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