miércoles, 10 de agosto de 2022

YO Y DOFF 1 – La motora F.J. Fayerman Diez de octubre de 2018 Cada día, más o menos a la misma hora, correteo junto a mi perro Doff. Yo estoy jubilado desde hace poco y utilizamos la marcha para hablar de lo divino y de lo humano, vivido y por vivir. Uno de los lugares preferidos para desintoxicarnos es el parque de los Artistas. La razón es que nos disgusta el bullicio y la polución que se ha ido adueñando de la ciudad. En cada banco se sitúa alguien lápiz en mano y cuaderno sobre las rodillas y da rienda suelta a su arte particular, ya sea dibujar o escribir. En una silla al fondo del parterre, una mujer de pelo rojo y falda larga estampada declama versos inventados. Otra canta zarzuela y ahuyenta a los gorriones y otra improvisa un baile, zapateando sobre un palé abandonado. Una tarde, hace una semana para no alejarme mucho de los hechos, pues mi memoria va dando síntomas de cansancio, trotamos por la alameda hasta el estanque que llaman de los enamorados. Por sus aguas se deslizan barcas con parejas acarameladas, bajo ellas cientos de carpas y peces gato suplican unos trozos de pan y para diversión de los más pequeños, una motora da vueltas al lago haciendo sonar su sirena, para avisar a las lanchas despistadas que se le aproximan. Pregunté a Doff si quería que alquiláramos una y como me pareció ver que asentía, nos dirigimos a la caseta del dueño de las embarcaciones y por diez euros nos dispusimos a disfrutar de una hora de navegación. Encendimos unos cigarrillos y me tumbé al tibio sol del atardecer. Los remos se quedaron a cargo de Doff. Un golpe me despertó del letargo. La proa de nuestra barca se había incrustado en la borda de la ligera motora, abriendo una vía de agua que rápidamente la hizo inclinarse a estribor. Un niño cayó al agua y Doff saltó a por él. Mordiendo la camiseta logró ponerlo a salvo. Ya de noche, en la comisaría del distrito, una seria policía rellena una ficha con mis datos y solicita una fianza por si no queríamos dormir en el calabozo. Doff, después de sacudirse el agua que aún le quedaba del baño intempestivo, tuvo que acercarse a casa a por el dinero para pagarla. Por el camino de vuelta se le perdieron las llaves, así que tuvo que trepar por los tejados y abrir desde dentro. Llamamos a Telepizza y pedimos una extragrande de salmón ahumado y queso crema, bien regadita con dos Mahou sin alcohol. Aún nos quedaron fuerzas para echar unas risas.

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