miércoles, 10 de agosto de 2022

YO Y DOFF 4 – La Puri F.J. Fayerman Cuatro de diciembre de 2018 El tocadiscos del vecino repetía insistentemente la misma canción. Había perdido la cuenta, aunque no me equivocaría mucho si digo que al menos iban treinta veces que Manolo Escobar preguntaba por su maldito carro. Doff se había refugiado debajo de mi cama y mantenía su pata derecha sobre la oreja del mismo lado. Por mi parte trataba de ahogar la rumba flamenca aumentando el volumen de la televisión. Por fin, a eso de las tres de la noche terminó el suplicio y como estaba desvelado me dispuse a pasear a Doff. La calle estaba vacía y le solté. No coches, no peligro. Al doblar una esquina me encontré con La Puri, famosa noctámbula de precio asequible y por lo que cuentan limpia y culta. Doff se puso a ladrarme, como diciéndome que había peligro si nos acercábamos a la susodicha meretriz. Mi intención no era buscar compañía sexual, me había olvidado el mechero en casa y viendo que la Puri estaba fumando fui a pedirle fuego. Visto y no visto, de un portal cercano salieron dos tipos que me sujetaron por los brazos y me inmovilizaron. Mi cartera pasó en segundos de mi bolsillo a sus manos y mi reloj siguió el mismo camino. Me armé de valor, no podía permitir este abuso sin revelarme y golpeé a uno de los individuos con un Mawashi-Zuki seguido de un Shuto-Uti y terminando la faena Doff con el clásico Yama-Zuki que había aprendido con bastante esfuerzo y que practicaba a menudo con el perro del tercero. El rufián quedó tendido en el suelo sin conocimiento. El otro individuo salió huyendo, asustado por nuestros conocimientos en el arte del Karate. La Puri se acercó llorando —Es un chulo que me obliga a darle el dinero que recaudo, me dijo. Muchas gracias. te regalo un servicio y otro a tu perro. Yo no acepté porque pensé en Rosita y su sonrisa y Doff pasó un buen rato con la perrita La Pili, corriendo alrededor de una farola. Le habían dicho que eso era hacer el amor y él se lo creyó. Le di veinte euros a la pobre mujer y le acompañamos a su casa. Era tiempo de descansar un rato, con la satisfacción del deber cumplido. Pasamos antes por la comisaría para saludar a Rosita que estaba de guardia. Por esta vez no íbamos esposados. Sobre las cinco llegamos a casa. Las luces del alba estaban mostrándose. Nos lavamos los dientes y nos tumbamos en la cama. Doff se acurrucó junto a mí y antes de dormirnos nos dimos las buenas noches. Nos quedaban un par de horas antes de que Manolo volviera a la carga.

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