miércoles, 10 de agosto de 2022

YO Y DOFF 2 - Los ojos de Rosita F.J. Fayerman Treinta de septiembre de 2018 El Ayuntamiento colocó carteles por todo el parque: Prohibido hacer footing fuera de las zonas marcadas y llevar perros sueltos. Doff y yo solíamos correr a primera hora de la mañana, cuando apenas el sol aparecía entre los pinos centenarios, presentes en el escudo heráldico y orgullo de la ciudad. Allí, según cuentan las crónicas, acampó el ejercito hace muchos años, antes de librar una de las batallas más importantes de la guerra de la Independencia. A Doff le encanta correr, y no entiende muy bien por qué hay que mantener el ritmo, la línea recta y otras cosas. Él galopa en todas direcciones y vuelve. Una vez lo hizo con un conejo en la boca y otra con un gato muerto. Siempre terminamos tumbados extenuados y mirando las copas de los árboles. Un día, de eso hace casi un año, Doff volvió de una de sus excursiones con algo entre sus dientes. Cuando lo dejó caer al suelo me encontré con un objeto metálico, negro, de aspecto extraño y desconocido. Intenté desmontarlo, pero la herrumbre que lo cubría no me dejó hacerlo. Doff me lo pidió y lo enterró en un agujero que hizo en el suelo, bajo uno de los pinos como si fuera un hueso. Continuamos la marcha hacia el estanque de los enamorados donde acababan de construir una playa artificial, con su correspondiente cartel de prohibido bañarse a los perros. El sol ya calentaba cuando nos colocamos las gafas de bucear y nos lanzamos al agua. Un par de bañistas nos siguieron. Asomamos la cabeza unos metros más lejos a la vez que sonaba una explosión. Unas llamas gigantescas surgieron del pinar y comenzaron a devorarlo. Un cuarto de hora después llegó un coche de bomberos y detrás la policía. Los primeros apagaron el fuego y los segundos nos multaron por hacer footing, por llevar el perro suelto y porque el pobre Doff se había dado un chapuzón en el estanque. A continuación, nos llevaron a la comisaría del distrito para que prestáramos declaración sobre lo sucedido. Rosita nos recibió con un gesto de incredulidad. –¿otra vez aquí? Rosita debe tener cincuenta y tantos años y unos ojos azules que no le caben en la cara. Hacen juego con su uniforme de poli. Doff me esperó pacientemente en la puerta hasta que se aclaró todo. Luego nos fuimos a tomar un vermú al centro.

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